
El día que mi vida se puso patas arriba
Recuerdo ese día con una claridad que todavía me estremece. Era una mañana cualquiera, o al menos eso pensaba. Pero al abrir los ojos, sentí un miedo que no era normal. Enciendo el móvil y veo en un chat de amigos un mensaje que me asustó. Mi miedo se convirtió en pánico en segundos. Una persona de mi entorno se había suicidado. La habitación se empezó a estrechar y el aire cada vez era más denso. Empecé a notar un zumbido en los oídos ensordecedor. Después un silencio brutal y la sensación de que mi cuerpo no era mío. Los nervios estaban conquistando mi ser.
No podía contener el nerviosismo de mi cuerpo. Aparentaba hacerlo, pero me era imposible. Me dolía el alma. La ansiedad me subía por las piernas como si fueran hormigas invisibles. El corazón iba rápido, pero yo estaba paralizado. Tenía pensamientos en bucle que me repetían cómo era posible que hiciera eso. Era una buena persona y en principio lo tenía «todo». En ese momento, a mi mente débil le dejé las riendas de mi vida, convirtiéndome en una persona que se encontraba a merced de lo que dijera mi ama «la mente». Me vinieron pensamientos que nunca pensé que llegara a tener. Pero lo peor no fue eso. Fue como reaccionaba ante ellos.
El por qué de esta situación
No había ninguna razón aparente del por qué de mi situación. El suicidio de esta persona sólo hizo magnificar mi estado psicológico, que en ese momento era precario. Siendo la gota que colmó el vaso.
No voy a hacer hincapié de todo lo que influyó en que estuviera de esa manera. Pero si diré que lo que fallaba no era algo en mi exterior, era algo en mi interior que no funcionaba correctamente y que había que cambiar. Pero ¿cómo?
En ese momento no conocía herramientas psicológicas. Nadie me había explicado lo que era la ansiedad, ni que esos pensamientos no eran mi «Yo de verdad», sino síntomas de una mente enferma. Creía que estaba loco. No sabía que la mente pudiera engañarte cuando está herida.
Lo que hice ese día y los siguientes fue sobrevivir. Respirar sin querer. Llorar bajito para que no se viera debilidad. Mi «Yo de verdad» se resistía a esos pensamientos, luchando contra ellos con todo su ejercito. Lo que yo no sabía es que me estaban agotando física y mentalmente. Me daba la impresión que se estaban alimentando de mi energía, cargando contra mí cada vez con más fuerza.
Algo en mí se negaba a rendirse del todo. Cogí mi primer libro de autoayuda y empecé a leer. En estos libros vi que estaba la solución a mi problema. Era lo que me calmaba. Y aunque no fue ese el día el que salí de la crisis, fue el día en que me di cuenta que me tenía que poner las pilas. Que yo soy el responsable de mi vida.
No quería seguir viviendo así… Definitivamente sabía que esto me iba a convertir en una persona más fuerte. Como el hueso que parte y crea callo en la rotura, siendo más improbable que rompa por el mismo lugar. Mi intuición era esa. Aunque en ese momento, solo sentía vacío, temor y un color gris oscuro permanente.
Tener fe en el proceso fue clave en la curación. Estaba convencido que iba a salir, aunque fuera lo más difícil que hiciera en mi vida.
Diario de una crisis
Este espacio, Diario de una crisis, nace de ahí. De esos momentos reales, intensos, que casi nunca se cuentan por vergüenza o miedo. Pero yo he decidido contarlos. No para dar pena, sino para dar voz a estos trastornos psicológicos transitorios que afectan a tantas personas y que sufren en silencio.
Que sepas que no estás solo, que no eres raro, que yo también he estado ahí. Y que se puede salir.
Porque a veces, lo más poderoso que puedes escuchar es:
“Yo también sentí eso. Y aquí estoy.”